Desde 2.016 la bodega Viña Alondra apostó por otras dos versiones, además de la clásica (en barrica), para criar/redondear sus vinos, siempre basados en la tradición:

  • Crianza enterrado: entierran sus botellas, tras la crianza de 12 meses de barrica, entre 4 y 10 metros de profundidad, bajo el mismo suelo donde se encuentra el viñedo, con un resultado que muestra una mayor complejidad en matices.
  • Crianza sumergido en agua dulce: tras años de gestiones administrativas, consiguieron sumergir parte de sus botellas criadas 12 meses en barrica, en un embalse próximo a los viñedos, a 20 metros de profundidad (en enclave donde se ubicó un castro celta, que los celtas eligieron por sus buenas energías telúricas).

La idea se basa en los «vinos accidentales» que elaboraban sus antepasados, pero ¿qué significa ese término exactamente?. De este modo se refieren a los vinos que sus abuelos y sus padres se llevaban al huerto en verano y los dejaban refrescar sumergiéndolos en el pozo; al ir a sacarlos, algunas botellas caían de forma accidental al pozo y, hasta que no pasaba al menos medio año y el pozo se secaba o limpiaba, no se podían recuperar esas botellas. La conclusión entre quienes lo probaban meses después era que ese vino había mejorado por el tiempo que había estado inmerso en el agua. Lo mismo sucedía cuando se rescataban botellas que habían quedado enterradas tras el derrumbe de alguna parte de una bodega. Por eso los hermanos Castelló quisieron recuperar esas experiencias y aplicarlas a sus vinos.

Son formas de “recuperar el valor de lo tradicional”, según la propia bodega.